8 de junio de 2009

Casablanca de Michael Curtiz (1942)

“De todos los bares que hay en el mundo, justamente tenía que venir al mío”, “Siempre tendremos París”, o “Play the song Sam, play my song”, son las típicas frases de esta película ambientada en un bar de Marruecos, en plena segunda guerra mundial.

A Casablanca le debemos los magníficos bellos planos de Ingrid Bergman y la gloria cinematográfica del galán Humphrey Bogart, que a pesar de su seguridad, su mayor tormenta es Ilsa Lund, la mujer casada que le destrozó la vida.

Aquí la Guerra Mundial es lo de menos, aunque la escena en la que una francesa canta retadoramente la marsellesa, es para recordar. De hecho, la maldita guerra es el antagonista, y a la vez el ayudante piadoso que une a Rick e Ilsa.

Ilsa, una mujer casada con un idealista, se enamora de Rick, el marido regresa, el queda destrozado para siempre, se larga a tierras neutrales, el refugio de Marruecos, pone un bar en el maldito lugar más recóndito de la tierra…y nos toca evocar la frase, de cansancio e incredulidad: “De todos los bares que hay en el mundo, justamente tenía que venir al mío”,

Marcó el año 1942, a pesar de que fue duramente criticada por el adulterio de los personajes, todo se arregla con el doloroso final que la hizo leyenda, triunfando la virtud y la moral, cuando todos los que la vemos, queremos que todo se vaya por la borda, pero quizá por eso es grande y un clásico, no el final soso y feliz, Sorry.

El dilema de ayudarla o no a escapar de Casablanca junto a su esposo, uno de los líderes de la resistencia, para que éste pueda continuar su lucha contra los nazis, lo hace ser extremadamente benevolente.

El impacto emocional de esta película es para recordar, la dirección, la pantalla en blanco y negro, la historia mundial que la película conlleva, toda ella, una pieza del séptimo arte sin discusión
alguna.

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