20 de agosto de 2010

La dolce vita de Federico Fellini (1960)


Tú lo eres todo, Sylvia. Sabes que lo eres todo. Eres la primera mujer del primer día de la creación, eres la madre, la hermana, la amante, la amiga, el ángel, el diablo, la tierra, la casa... sí, eres la casa (Marcello)

Las cintas de Fellini son surrealistas al grado de hacer parecer gracioso lo patético. Así es la Dolce Vita, la vida de un periodista de sociales que vive inmerso en si mismo. Marcello (Marcello Mastroianni) es un ser que no se compromete con nada ni con nadie, algo muy parecido al Guido de 8 ½.

Un diálogo sexista que muestra al hombre que tiene a la mujer comiendo a sus pies, la amante Emma (Yvonne Furneaux), celosa y posesiva que raya en lo patológico y la sofisticada “amiga” (Anouk Aimée) que es aristócrata y lo ve ocasionalmente, pero que muy sabiamente le dice que no viviría con el, ya que la mandaría al diablo inmediatamente.

Curiosamente, la única mujer a la que anhela es a Sylvia (Anita Ekberg), la diva, la diosa, la que no puede tener. Bellísima escena en la Fontana de Trevi, que se ha guardado en la biblioteca del cine para la posteridad.

Escritor mediocre que no deja su columna de chismes para ser un novelista destacado, hombre que tiene problemas graves de comunicación y se plasma a lo largo del filme, ya sea por ruido semántico o del entorno, en un final que toca el tema de la incomunicación y a la decisión final de Marcello que se queda en incógnita para todos.

Mal de amores, orgías, decadencia, suicidio, depresión y sarcasmo, todo esto mezclado en la licuadora personalizada de Fellini que por cierto, fue vetada en la mocha España, debido a que el periódico del Vaticano, L'Osservatore Romano, la calificó de obscena. Sí, es obsena, pero a pesar de su carácter surrealista, la realidad es plasmada cruda y mágicamente, sólo como Fellini sabía hacerlo.

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