Dinero, glamour, derroche y demasiados “buenos modales” son la fórmula de “El Gran Gatsby” la novela norteamericana por excelencia, en la cual Baz Luhrmann apuesta de nueva cuenta por su semiótica audiovisual característica de lo artístico a lo decadente.
En el film encontramos elementos visuales que ya habíamos visto en Moulin Rouge, desde un comienzo vintage de cine mudo en blanco y negro, hasta la tristeza de un escritor que hace catarsis con su máquina de escribir.
Me es imposible queridos lectores, no haber comparado a Leonardo DiCaprio con el legendario Robert Redford, un hombre que tengo en mi cerebro como el norteamericano hechizo de dinero y buenos modales que pasa como caballero aunque sea un gánster, mucho mejor que los ricos de cuna; ¿acaso Leonardo se esforzó demasiado en derrotar esa interpretación que terminó pareciendo un adolescente preparatoriano frente a la taimada Daisy?
Carey Mulligan logra convencer con su evolución histriónica, al pasar de dulce e ingenua esposa engañada a mujer débil de mente e interesada en seguir en su burbuja hipócrita de cristal y bluff, felicidades, porque la terminas odiando casi, casi igual que a Mia Farrow.
Film rico en lo visual, muy criticado por caricaturizar la desgracia, aunque se destaca la riqueza de su soundtrack (algo característico de Luhrmann) y por supuesto, logra rescatar lo patético del final y ese horrible sabor de boca que te deja la historia de Gatsby…o mejor dicho en letras de Nick: “EL GRAN GATSBY”.